¿Vale la pena seguir discutiendo sobre el aborto? Si ya se aprobó por ley, y luego se hizo un referéndum para anularla y no se consiguió. ¿Vale la pena insistir? Los que estamos en contra del aborto, ¿por qué no nos resignamos ante la evidencia y, en su lugar, dedicamos nuestras energías a otras iniciativas, de ayuda a la mujer, que puedan encontrar un consenso social más amplio? Además, uno tiene la impresión de que todo sigue exactamente igual que antes. Ahora cada cual puede guiarse por su conciencia: quien no quiera abortar no se verá en la obligación de hacerlo; y quien lo hace, en su conciencia no comete ninguna ilegalidad.
Pero hay un problema. La sociedad tenía que resolver la situación de mujeres que se sentían coaccionadas a mantener un embarazo que no deseaban, y la solución que encontró fue el aborto. Pero ofrecer el aborto como opción creó una incertidumbre en una gran masa de gente, sobre si seguía habiendo vida humana donde hasta ahora pensaba que la había. Este pronunciamiento implícito del Estado ha causado una profunda división social.
Nadie querría un aborto si eso significara matar a un inocente. Quienes lo apoyan piensan que no están delante de una persona. Por eso se puede extraer el feto del vientre de la madre sin más cuestión que cualquier otra cirugía de extracción de un órgano. Pero esto es precisamente lo contrario a lo que opinan los que se oponen al aborto. Son dos respuestas opuestas a la pregunta si el feto es un ser humano o no. Es una contraposición más radical que aborto sí, aborto no.
Las democracias permiten que en la sociedad convivan distintas opiniones, porque disponen de mecanismos para validar una de ellas, sin que se quiebre la convivencia. A pesar de las diferencias, se comparten valores más profundos. Todos estamos de acuerdo en el valor de la libertad, de la honestidad, del valor de la vida humana, de la necesidad de aliviar a los débiles, etc. Pero el tema de la condición humana del feto es el punto de partida de todos los valores. Todos los seres de nuestra especie son seres humanos, somos iguales, y por eso podemos compartir valores; pero si no coincidimos en esto, ¿en qué vamos a coincidir?
La experiencia histórica nos dice que cuando se pone en duda la igualdad de las personas, se cometen grandes estragos. Ha sucedido con los indios, con los esclavos, con los discapacitados, con los inmigrantes pobres y un largo etcétera, fácilmente ubicable en el pasado. Cuando ocurre, automáticamente se abre la puerta a la injusticia, porque quien pone en duda la condición humana de otros, es el mismo que, en definitiva, determina quién es humano y quién no. Y eso lo puede hacer quien ostenta la fuerza. O los hombres tenemos igual dignidad, o unos determinarán por la fuerza quiénes merecen ser considerados tales.
Cuando la ciencia médica era más primitiva, el momento de la muerte se determinaba por la respiración, mientras se respiraba, la persona estaba viva. Luego se vio que no era un criterio adecuado, porque la persona podía estar viva y no percibirse su respiración. Con el avance médico, se utilizó el pulso cardíaco más preciso que la respiración. Si no, podíamos estar delante de una persona viva, pensando que estaba muerta. Modernamente la muerte se constata por la actividad cerebral que se mide con un encefalograma. Aún así, siempre se ha mantenido el velatorio del cadáver, como el criterio más seguro. El progreso científico nos ha ido proporcionando el verdadero criterio de un ser humano vivo.
Se ha abierto una división en la sociedad con la ley del aborto: ésa es la razón por la que vale la pena seguir debatiendo el tema. Hace falta un reencuentro de la sociedad en este tema, que se consigue con la verdad sobre el feto humano. El Papa Francisco, en Fratelli tutti, afirma que la verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos. […] Cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas. […].
No es tampoco un debate extemporáneo. Seguramente será necesaria una ley del rango del Código civil uruguayo para colmar ese vacío, que por alguna razón se produce en este momento, y no en otro. Las circunstancias históricas no las elegimos nosotros, nos vienen dadas, para que sigamos fortaleciendo la cultura que construimos entre todos.
Juan Carlos Carrasco
Ex-Profesor de Ética y Cuestiones de Teología de la Universidad de Montevideo.
Master en Gobierno de Organizacioneses
Artículo aparecido en el diario El Observador de Montevideo el 8/3/2021