Ni uno menos
Cuando era chico, me decían que en Uruguay éramos pocos pero teníamos la ventaja de que los problemas eran más fáciles de solucionar. Me parecía lógico. Así lo expliqué también a otros cuando hablaba de mi país: somos pocos, pero gracias a eso, nos entendemos mejor. Con el paso del tiempo empecé a dudar de esa afirmación porque, por ejemplo, en el siglo XIX éramos menos todavía y hubo más guerras civiles que en nuestra época. Parecía que la solución sangrienta de los problemas más bien había disminuido con el aumento de la población. Por otro lado, teníamos otros problemas porque el mercado es demasiado chico, la masa crítica demasiado pequeña para crear grandes emprendimientos culturales o científicos. Además aprendí que había otros países más pequeños con mucha mayor población, que se cuentan entre los más desarrollados del mundo. Países como Bélgica, con 30.000 km2 y 11 millones de habitantes. Inglaterra, que si fuera un estado soberano, sería el más densamente poblado de la Unión europea, después de Malta, con 407 habitantes por km2. O Singapur, que tiene 697 km2 y 5 millones de habitantes, de los que 2 millones son extranjeros y de los restantes nativos, el 75% son chinos y el resto malayos, indios y euroasiáticos.
Ahora bien, si solamente fuéramos pocos, sería cuestión de conformarnos de que no seremos un gran país en el futuro o que nuestra influencia sobre el resto del mundo será insignificante. Nos resignamos. Pero el problema es que se viene registrando una tendencia a la baja en la natalidad. El Ministerio de Salud informó que en 2018 hubo 2.897 nacimientos menos que el año anterior. Curiosamente este descenso nos asemeja a los países desarrollados, Europa occidental y Japón, donde la tasa de fertilidad es de 1,85 –por debajo de la de reemplazo que es 2, 1-. El hemisferio norte –donde están los países desarrollados- decrece en población, mientras el hemisferio sur sigue creciendo: más del 90% de menores de 24 años viven en el hemisferio sur. En suma, nos parecemos a los países desarrollados del hemisferio norte pero vivimos en el hemisferio sur. La perspectiva, si no hubiera cambios, sería desaparecer como nación y ser absorbidos por poblaciones con crecimiento más pujante.
En Europa y Estados Unidos la teoría de Malthus, que afirma que la población crecerá más que los alimentos y se producirá una situación de hambre a nivel mundial, llevó a aplicar prácticas de control de la natalidad que terminaron creando una despoblación a niveles preocupantes en algunos de los países. Malthus fue desmentido años después, cuando se comprobó que, gracias a la tecnología, la producción de alimentos se multiplicó mucho más que la población. Ante el fracaso inicial, la teoría mutó su objetivo por el de combate a la pobreza, facilitando la disminución de la natalidad entre los más pobres. Conseguir que los pobres sean menos fértiles para sacarlos de su pobreza. No se alcanzó, sin embargo este objetivo, pues la mayor adhesión a su predicación se consiguió entre los grupos sociales más elevados. Fueron los ricos los que comenzaron a inclinarse por una familia restringida, para mantener seguridades ya conseguidas y como consecuencia de un aburguesamiento ético creciente. Hasta aquí, lo ocurrido en los países desarrollados. Uruguay, hemos dicho, ha adoptado este patrón, según lo que se observa en las políticas anticonceptivas de las autoridades sanitarias. Obviamente no se podría aplicar el malthusianismo por escasez de alimentos, pero sí su segunda versión, el combate a la pobreza. A ello se ha añadido lo que podríamos llamar una tercera versión, con la nueva agenda de derechos. El Ministerio de Salud informó que durante 2018 hubo 10.711 interrupciones voluntarias del embarazo.
El clima anti-demográfico es inevitable. El problema es qué acciones tomar, porque no se puede imponer un control de natalidad inverso, desde el momento que está en juego la moral de la persona, fuera del alcance de cualquier gobierno. Sería absurdo pretender imponer que se tengan hijos. Pero se puede crear una legislación “espejo” de la aprobada en los últimos gobiernos. Una legislación que permita que la familia de 3-4 hijos tenga más facilidad para cubrir sus necesidades de salario, educación y vivienda. Hay sectores de población –de diferentes niveles económicos- que aspiran a una familia más numerosa que la de uno o dos hijos. Se trata de potenciar el valor demográfico de estos sectores, salvaguardando de paso su derecho de decisión, cercenado a veces por razones económicas.
La campaña electoral no puede abordar el tema porque aún falta crear conciencia de la crítica situación en que nos encontramos. Pero su gravedad irá en aumento y no se podrá soslayar. Pensamos que será parte de los temas para “el día después”.
Juan Carlos Carrasco
Ing. Industrial Mecánico
Master en gobierno de organizaciones
Artículo publicado en el diario El Observador de Montevideo el 23 de mayo de 2019