Noche anunciada
Llega Navidad y comienza una movilización general con vistas al 25 de diciembre. Cada uno la vivirá a su modo, pero pocas fiestas aúnan tanto los espíritus como ésta. Nadie es ajeno. Para algunos serán días de descanso. Para otros, ocasión de reunir la familia, incluso con los que viven lejos o en el exterior. Los medios de transporte se verán sobrepasados por los requerimientos. Una oportunidad también -para quienes disfrutan de los espectáculos-, de ver grandes conciertos en todo el mundo. Y esto no sucede sólo en Uruguay. A lo largo y ancho del mundo tiene lugar el mismo fenómeno. Quizás no afecte tanto a países como India o China y el mundo musulmán, aunque tampoco son ajenos.
Pero no es casual que coincidan tantos intereses en una misma fecha. No ha sido por un consenso mundial que se celebre la Navidad. Hubo un acontecimiento de 2000 años atrás que afectó radicalmente al mundo, cuando Dios vino a la tierra. Un suceso que pasó a formar parte de la historia humana hasta el fin de los tiempos.
Uno podría preguntarse: si ésa fue la magnitud de aquel acontecimiento, ¿por qué está hoy tan olvidado? Se ignora como si no hubiera ocurrido. Esa ignorancia, sin embargo, es artificial, provocada. El agnosticismo hecho religión conduce a una existencia sin Dios que es ajena a la realidad de la mayoría de la gente. El agnosticismo es una construcción intelectual que lleva a convivir con una falsa ausencia de Dios, que tranquiliza a quienes la han elaborado pero que no afecta a la mayoría de las personas, atadas al mundo real.
El espíritu navideño que sobreviene en estas fechas es prueba de ello. Se condensan en esa expresión actitudes que son tradicionales. Por ejemplo, la de dejar de lado, por un momento, “los problemas diarios que nunca se resuelven”. En medio de frustradas esperanzas en las promesas del gobierno, las perspectivas laborales, o simplemente en los recursos personales, se busca un horizonte más amplio. Algo que no esté limitado por intereses o egoísmos. Otras veces toma la forma de solidaridad. Se experimenta la necesidad de olvidar agravios y distanciamientos que provocan pesar, y se desea volver a la amistad, al perdón. Hay una tercera actitud: que vale la pena vivir a pesar de todo. Aunque la situación que se viva sea cruel, en ese momento no lo es tanto. Se experimenta algo de esa felicidad a la que tenemos derecho todos.
Cada uno de estos sentimientos no tiene un fundamento evidente, pero el hombre los percibe como un regalo que Alguien le hace gratuitamente. Nadie los merece pero todos somos acreedores a ellos, no hay privilegios. No son espejismos que desaparecerán en cuanto vuelva la rutina, sino como un relámpago que por un momento muestra la realidad, el mundo como es.
Por esto y por más, tendrá sentido que en los días próximos se desee a otros ¡feliz Navidad!
Artículo publicado en el diario EL OBSERVADOR de Montevideo el 21 de diciembre de 2017.