Camilo
dos Santos
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El
título de este artículo es deuda contraída en otro artículo que escribí antes
de las elecciones internas de junio: Por qué gana el Frente. Al terminar decía
que, si mi pronóstico era equivocado, quedaba pendiente una disculpa. Cumplo
ahora esa promesa. Pero voy a defraudar a los que esperan que diga algo
original respecto a por qué me equivoqué. No tengo nada que añadir a los
argumentos que muchos han elaborado explicando el resultado de las elecciones.
Argumentos
muy sólidos, que dan razones suficientes de los hechos. Sin embargo, los
argumentos expuestos en aquel momento me siguen pareciendo válidos.
Sintéticamente, daba tres explicaciones del supuesto triunfo del Frente: que la
ideología de la oposición era más débil que la del progresismo, que pesaba el
clientelismo político construido en estos 15 años en el gobierno y que el
Frente ha impulsado una agenda de derechos en sintonía con las tendencias
internacionales del momento. Además, resaltaba la analogía entre la izquierda y
el batllismo del siglo pasado, porque este último también tuvo su ideología, su
clientelismo y su agenda de derechos. No son ajenos uno y otro.
La
derrota del Frente fue por muy poco margen, hasta el punto que se ha hablado de
un país dividido en dos mitades. Y se ha escuchado que la mitad perdedora tiene
que resistir el embate de la mitad ganadora para conservar lo que se ha
conquistado en los últimos 15 años. El Frente es ahora conservador, frente a
los “conservadores” de antes.
Voy
a intentar explicar por qué, entre esas dos mitades no existe una grieta como
se ha dicho, salvo que se quiera expresamente provocar. Y lo quiero hacer con base
en los argumentos de mi primer artículo. La razón es que las alternancias de
gobierno se apoyan en bases más profundas, que sobreviven a ellas. Y así lo
demuestra la historia.
Los
cambios en el poder responden, en primer lugar, a razones coyunturales:
indicadores macroeconómicos, cambios en el panorama internacional, nuevas
tecnologías: situaciones que ya no satisfacen las expectativas de la sociedad y
que reclaman reacomodar la propia realidad. Pero no es lo único. A nivel
profundo, en la interioridad de las personas, hay movimientos más estables, que
no están sometidos a las ofertas de nuevos gobiernos. Son como ríos
subterráneos que cambian de curso más lentamente y sus efectos se ven con el
paso del tiempo. También ellos provocan alternancias en el poder, no
necesariamente coincidentes con los factores coyunturales, sino en ciclos más
largos. ¿Qué nos dice la historia?
La
religión, en primer lugar, y los sistemas ideológicos, después, se mueven en
este nivel. Vienen de más atrás pero siguen vigentes. Ellos explican hechos del
presente que, de otra forma, serían un enigma. Pues bien, Uruguay fue parte del
Imperio español, y arrancó su vida institucional con esa identidad, que se
compone de una religión –la católica–, y de aspectos políticos, económicos,
sociales. Jugaron un rol decisivo para nuestra historia, al menos durante 100
años, de los 300 de historia.
Toda
la gesta de la independencia tuvo un signo cristiano que Artigas supo amalgamar
con el espíritu de la Ilustración. Este catolicismo se mantuvo a lo largo del
tiempo, cuando ya no formábamos parte de España, pero los valores cristianos
siguen vigentes, aunque muchas personas ya no se sientan parte de la Iglesia, e
incluso consideren que su presencia es nociva.
La
religión fue, junto a elementos políticos y económicos, un fuerte motor de civilización
y progreso. Pero también dejó una herencia negativa porque se realizó en el
marco de una imbricación de Iglesia y Estado que dio origen a conflictos que
hubo que resolver, desde la independencia en adelante.
Decíamos
que las ideologías son el segundo componente de los elementos fundantes y
aparecen cuando ya somos un Estado. Jugaron el rol positivo de separar la
Iglesia del Estado. Pero en esa separación, los valores cristianos se
mantuvieron en la mayor parte de la población, hasta el punto que aseguraron la
buena marcha de muchos de los cambios –educativos, sociales, etcétera– que
sobrevinieron con los conflictos.
Para
entender más esos procesos hay que saber que, en esencia, las ideologías son
sistemas de ideas que ofrecen una explicación simplificada de la realidad, pero
con pretensiones de religión verdadera, a la que combaten para sustituirla,
aunque se sirvan de sus valores.
En
Uruguay ha habido tres grandes familias ideológicas, que conviven hoy: el
liberalismo masónico de la segunda mitad del XIX, el batllismo de la primera
mitad del XX y la izquierda radical en su segunda mitad. El liberalismo
filosófico fue una escisión del catolicismo, que negó su contenido para
reducirlo a una relación impersonal y subjetiva con Dios, que llamamos
agnosticismo. La masonería impulsó esta nueva religión, incluyendo ataques a la
Iglesia.
El
batllismo, la segunda corriente ideológica, tomó las ideas cristianas de
justicia social, vigentes en Francia y Alemania, y creó una legislación muy
avanzada que perdura. En el tema de la mujer, junto a medidas positivas,
estableció el divorcio, de consecuencias desastrosas para el país. Atacó
duramente a la Iglesia católica, casi hasta la persecución. Finalmente,
apareció la tercera ideología –el marxismo– que se viabilizó a través del
Frente Amplio, en unión con una importante corriente de inspiración cristiana,
de auténtica búsqueda de la justicia por fuera de la dialéctica materialista.
Pero al igual que el batllismo con el divorcio, en pos de los legítimos
derechos de la mujer, aprobó el aborto, que es una condena más que una liberación.
Las consecuencias están aún por verse.
La
religión y las ideologías, descritas en este brevísimo racconto, están
presentes en la actual coyuntura, son el puente que une el estatus actual con
el que viene. No hay pues una grieta, decíamos, salvo que se la quiera
provocar, y lo haríamos si pretendemos reinventar nuestro pasado. Cito a un
autor contemporáneo: “La crisis de la memoria solo puede engendrar una crisis
cultural. La condición del progreso reside en la transmisión de los logros del
pasado. El hombre está física y ontológicamente ligado a la historia de quienes
lo han precedido. Una sociedad que rechaza el pasado, corta con su futuro; es
una sociedad muerta, una sociedad sin mejoría, una sociedad vencida por el
Alzheimer”.
Juan Carlos Carrasco
Ingeniero Industrial Mecánico
Master en Gobierno de Organizaciones
Artículo aparecido en el diario El Observador de Montevideo el 24/02/2020
Artículo aparecido en el diario El Observador de Montevideo el 24/02/2020