El
calificativo de “popular” es algo que muchas figuras políticas o movimientos o
partidos, querrían tener. Sin embargo, el uso del término ha sido tan fluido a
lo largo de la historia, desde la Revolución Francesa en adelante, que se ha
convertido en una palabra opaca, sin verdadero contenido. La realidad es que
hay cosas que llevan ese nombre con justicia. El fútbol, en Uruguay, sin duda
es realmente popular. Logró unir a todos los uruguayos detrás de algo tan
mítico como un Campeonato del mundo. Durante un mes, olvidamos las divisiones
sociales, políticas o económicas, y compartimos unánimemente la alegría y la
tristeza.
Lograr que sean populares otros
aspectos de nuestra sociedad, de contenido más hondo y duradero, es un importante
desafío. Sin duda que la respuesta depende de lo que se entienda por “popular”.
En varios momentos de la historia moderna ha habido movimientos que se declararon
populares y no lo eran. La Revolución Francesa fue quizás la primera en
utilizar el concepto. El “pueblo” que se alzó contra los sectores
aristocráticos correspondió, en realidad, a una particular clase social -la
burguesía o tercer estado-, que procuró imponerse a otros estratos sociales que
tuvieron que sufrir persecuciones y ejecuciones a manos de los revolucionarios.
Lo realmente popular de la Revolución fue el deseo de eliminar las diferencias
de los individuos ante la ley o el reclamo a una serie de derechos, bien
resumidos en las consignas de libertad, igualdad y fraternidad. Éstos son los
valores que el pueblo defendió y que permanecen. La Revolución, en cambio,
derivó a un régimen de terror, luego a una dictadura, para volver a una
monarquía.
La Revolución industrial y la
difusión de las nuevas técnicas de producción contribuyeron a ampliar, a los
estratos más desfavorecidos, las ventajas materiales reservadas a la burguesía.
Esas masas, de entorno rural, emigraron a la ciudad para incorporarse al
proceso industrial. La ideología del momento –el liberalismo y su laissez faire-, las sometió a una ley de
oferta y demanda incontrolada, y se formaron verdaderos ejércitos de gentes
desposeídas, de masas de trabajadores, cuyas condiciones materiales de
existencia, frente a la del propietario ciudadano, revelaron la insuficiencia
de los principios de igualdad y libertad jurídica pregonados por los liberales.
Una vez más, lo que el pueblo buscaba era un reparto más equitativo de los
bienes y una igualdad de posibilidades sociales y económicas, no una ley
económica que se pretendía autosuficiente para repartir con justicia,
condenando cualquier intervención de la autoridad.
También el marxismo proclamó una
nueva y definitiva era, en la que el pueblo explotado por el capital,
alcanzaría el poder y transformaría el mundo en un paraíso de igualdad y
justicia. La matanza de decenas de millones de personas en las zonas que
estuvieron bajo poder comunista, muestra que las masas controladas por un
régimen central dictatorial no fue un movimiento espontáneo de los pueblos.
Con el liberalismo vino el laicismo,
una ideología que exalta una supuesta tolerancia proscribiendo cualquier
manifestación religiosa en el ámbito público. El laicismo no fue un movimiento
popular. Sí lo es la religiosidad popular, y la convicción de todos, de que se
deben respetar las distintas posturas, buscando mecanismos que permitan expresarse
con libertad, según la conciencia de cada uno.
Lo popular se vincula a impulsos
profundamente humanos –de libertad, solidaridad, religiosidad y muchos otros-
que amalgaman la tradición con la creatividad, sin rigideces ni imposiciones. La
sociedad va encontrando soluciones a problemas todavía sin resolver, que al
producirse sin violencia, resultan populares y permanentes.
La actual agenda de derechos, que
responde a la aspiración popular de atender la situación de mujeres que no
desean un embarazo o a la de personas de inclinación homosexual o transexual
que sufren injusta discriminación, da paso por momentos, a una dura
intransigencia frente a quienes buscan soluciones que les parecen más reales y
duraderas, aunque distintas. A veces esa rigidez deviene en persecución social,
y parece que vuelve a repetirse la historia de imponer al pueblo lo que
paradójicamente es impopular.
Juan Carlos Carrasco
Ingeniero industrial
mecánico
Master en gobierno de
organizaciones
Artículo aparecido en el diario El Observador de Montevideo el 1/10/2018