¿Por qué laicos?


            Hay al menos dos propuestas sobre una reforma educativa, que se han hecho conocidas a través de los medios de prensa: la del Ec. Ernesto Talvi y la del colectivo Eduy21. La primera proyecta crear 136 liceos públicos ubicados en barrios vulnerables en todo el país. Y gestionados por el Plan Ceibal. La segunda no prevé crear nuevas instituciones, sino reformar la enseñanza actual con varias propuestas pedagógicas. Son dos proyectos optimistas y ambiciosos que dan esperanzas de cambio. Me llama la atención, sin embargo, que ambos propongan ser laicos, sin ningún fundamento pedagógico. La respuesta seguramente será que se trata de la educación pública y por eso tiene que ser laica. No me parece suficiente justificación. Una reforma ha de poner en revisión, en primer lugar, lo obvio. Si se discute lo obvio, quizás se pueda llegar a descubrir lo que no era obvio.
            La laicidad tiene una primera dimensión que es la democrática. Hay que empezar por responder a la pregunta: los que mandan sus hijos a la educación pública ¿no quieren enseñanza religiosa? Mientras no se haga una consulta –y bastaría preguntar a los padres cuando van a inscribir a los hijos- no se puede saber la respuesta. Si se supiera, sea cual fuere el resultado, se podría ofrecer un horario diferencial para los que quieren religión y para los que no la quieren. Habríamos dado un paso en la personalización de la oferta, valor que está en la raíz de los dos proyectos.
            La laicidad tiene un segunda dimensión que responde a la pregunta: ¿se puede realmente dar enseñanza laica? La respuesta es no. La enseñanza laica tiene los contenidos que quedan cuando se quita toda referencia a las religiones llamadas positivas: catolicismo, judaísmo, protestantismo. Alguien podría decir que se puede hablar de Dios sin referirse a ninguna religión concreta. Es verdad. El hombre tiene la capacidad natural de plantearse las cuestiones últimas y es así que llega a la existencia de un Creador, para afirmarlo o para negarlo. Pero tampoco se enseña esto, porque en la disyuntiva de si Dios existe o no, la educación laica opta por otra posición, tan religiosa como las anteriores, que es el agnosticismo: no se puede saber si existe o no; por tanto, no se habla de Dios. Pero esa duda teórica, en la práctica no se puede admitir, en la práctica hay que optar, y el laicismo enseña, en los hechos, a vivir como si Dios no existiera.  
            En definitiva, la educación laica surge por una suerte de amputación religiosa. Pero como toda amputación, lesiona a la persona y la deja en estado de ignorancia, no sólo religiosa, sino también filosófica. Los sistemas filosóficos pueden dejar de lado quizás la antropología o la cosmología, pero nunca a Dios. Desde los antiguos griegos hasta la filosofía contemporánea, todos han hablado de Dios. En este sentido, sirve de ejemplo, la conocida carta  que el diputado Jean Jaurés envió a su hijo, que le pedía un justificante para no asistir a las clases de religión del Instituto. Jaurés fue diputado por el Partido Obrero Francés y en 1905 consiguió unir bajo su liderazgo a los socialistas franceses, formando la Sección Francesa de la Internacional Obrera. Le decía: “Este justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré  jamás…Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, no lo serían sin un estudio serio de la religión”. Estoy seguro que muchos padres de la enseñanza pública piensan como Jaurés.
            Los dos proyectos de reforma de la educación, ponen un énfasis especial en preparar a los alumnos para manejar los recursos tecnológicos de hoy o los que vengan después, pero hacen tabula rasa de los saberes –religión y filosofía- que darán a las generaciones futuras razones para vivir y para esperar. Y esto ya lo hemos vivido en Uruguay. En un ensayo histórico* que leí hace poco, se entrevista a personas que vivieron, siendo liceales, las etapas previas a la dictadura.  Una de ellas declaraba: “Para mí había muchísima gente con conciencia, porque formamos parte de una generación idealista impresionante, que íbamos a cambiar el mundo”. La otra persona entrevistada decía: “Éramos gurises de 18, 20 años. Formaba parte de la efervescencia de esa edad y eran nuestras primeras armas en la militancia de ese tipo. Alguno la elaboraba, pero había otros al estilo barrabrava, ese loquito que le gusta ir y armar relajo y tirar una piedra”.
El carácter laico de la enseñanza pública fue incapaz de evitar la infiltración marxista, que parecía dar respuesta a esas inquietudes juveniles. Es que la educación laica deja un vacío que las ideologías están prestas a llenar. Y esto puede reprocharse a los dos proyectos. No es sólo con la educación STEM (por su sigla en inglés: Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), que se llena el vacío. Quizás algunos piensen que por la tecnología se salvará el mundo pero no puede ser el pensamiento de los educadores.

*Rey, Rafael, La mayoría silenciosa, Ediciones B Uruguay S.A, Montevideo, 2016.

  

 Artículo publicado en el diario EL OBSERVADOR de Montevideo el  14 de mayo de 2018.